04.12.2011
5:30 A.M.
Alucinante madrugada de domingo. Acudo como todos los días a embrutecerme de realidad. Esta tarde cuando regrese a casa veré una película llamada Un Profeta, y si no la está viendo mi hermano, también The Social Network de David Fincher. ¡Qué curioso!, anoche ví en Saturday Night Live la repetición de un programa donde estaba el protagonista de ésa cinta junto al auténtico creador de Facebook, Mark Zukerberg. ¿Estaré obligado a ver dicha historia únicamente por esa casualidad?
9:20 P.M.
Ayer que fuí al trabajo resolví mi pleito con el engendro con el que me hice de palabras hace unos días.
Nos acomodaron en la misma máquina. Ella juntando cartón, y yo pintando. La verdad estaba haciendo el jale casi totalmente, salvo la barrida. Ésta señora agarraba la escoba con desgano y hacía lo que podía. Eso me hizo reventar, y le reclame a la operadora. Se quiso hacer a un lado, pero no pudo evitar escucharme. No me imaginaba a donde iría a parar todo eso.
En algún momento de los que ocupé para llevar y traer a descargar el desperdicio de cartón, observé como la infeliz señora de mierda platicaba con el supervisor chilango al que le agrada mandarme hacer pacas con Don José. Ya casi para terminar mi media hora de comida, fue precisamente éste chilango pendejo el que me abordó. Intentando ser conciliador de forma imbécil, me dijo que no le reclamara nada a la operadora, que ella sabía lo que me mandaba hacer. Me recordó que mi puesto era ayudante general. Yo le contesté varias veces que no estaba haciendo ver sino lo justo en cuanto a cómo se repartía el trabajo en la máquina. Salió a relucir otra vez mi inconformidad con ir a la compactadora, y le repetí que lo veía como un castigo por ciertas cosas que le había oído decirme hacía un par de días. Su respuesta nuevamente fue que si me ponía en ése puesto era para dar apoyo. En fin, creo que fue la plática más incómoda, inservible e injusta que tuve con cualquiera de cuantos jefes haya tenido.
Todavía no podía digerir aquella funesta conversación, cuando habiendo pasado un rato más pintando material, el pedazo de estiércol que me montó al supevisor me comenzó a hablar de la nada. Me confundí. Sabía que ella tenía un humor volátil por tanta azúcar que llevaba en su sangre, pero el cambio me pareció muy drástico.
Entonces, ¿está o no enojada conmigo?-le pregunté muy serio.
Me enojó que no me quiso vaciar el carrito-me contestó doña imbécil, con su voz de pito.
Así me dijo Don José que le hiciera-agregué
Pero ése señor no es nadie-dijo el pedazo de caca andante, muy segura.
Pero si ústed tampoco es nadie-pensé, sin decir nada.
Además, yo se lo pedí por favor-
Fue ahí cuando la miré a los ojos y le dije:
Señora, no me importa lo que diga, a mí nunca me ha pedido nada por favor-
Pero es que ústed dijo que Don José le había dicho que no lo hiciera-
Si me hubiera dicho por favor cuando me pidió vaciar el cartón, lo hubiera hecho, no me habría importado-
A ésa humana asquerosa no le quedó más remedio que callarse unos segundos.
Entonces,¿sigue enojada?-le volví a preguntar.
Sin mirarme, meneó la cabeza diciendo que no.
Lo tomé como un triunfo, pero no me envanecí. A pesar de su manipulación, mentiras y demás, le hice plática a ése barril de grasa color excremento. Ya para terminar el turno, ella misma fue y vació el cartón. Ahora pienso que hizo eso por verguenza de reconocer frente de mí que hizo mal. Aunque finalmente descubrí que en realidad fue ella la que le chismeó al supervisor sobre mí, no me importó. Lo mejor fue restregarle la verdad en la cara a ésa perra fastidiosa.