domingo, 26 de febrero de 2012

VENENO DE VÍBORA

01.12.2011

Ayer me hice de palabras con una tipa del trabajo. Me ordenó de forma grosera que vaciara el carro lleno de cartón. Yo me negué diciendo que Don José, el encargado de las pacas, me había dicho que no lo tenía que hacer. Así fue como empezó el pleito.

La infeliz me llamó huevón, y otras tantas cosas. Sacó a relucir estupideces como que me termino los lonches de los otros cuando me invitan tacos, y otras tantas mierdas. Yo simplemente contesté que le regresaba los mismos insultos, y se enojó más. Enseguida le dije que Don José me había platicado que cuando le invitó una pastilla de menta el otro día, ella casi se las acaba todas. Al final ella vació el carro lentamente hasta que terminó, y se fue gritandome no se cuantas cosas ya no entendí. Yo le menté la madre.

La persona a la que me refiero es una señora que lleva diez años trabajando en la planta. Únicamente sé que se llama María. Es la clásica metiche, y para hacerla peor, tiene diabetes y su humor es volátil. Antes de ese pleito me había dicho bastantes cosas, pero siempre me quedaba callado. En esta ocasión todo empeoró, porque fue el tercer día que cumplí en la compactadora.

No es raro para mí estar en un sitio odioso para trabajar. He soportado guerras peores que las que Rocky Balboa ha soportado en un ring de boxeo. Pero que en el lugar en que laboras te juegen el dedo en la boca de tal forma que te sientas estúpido es como para asesinar a todos ahí.

Primero me mandaron a ayudar a un operador a sacar un pedido en los troqueles. Todo marchaba tranquilamente, hasta que el aborto de simio con el que me enfrenté, esa mierda de persona a la que todos llaman Mary, me avisó. No me quedó más remedio que volver a tomar la pala.

Encaré al supervisor, pero es de esos idiotas al que las quejas le sacan sonrisas imbéciles. Me pregunté si esto era un castigo por haberle hecho algo. Con ese tono chilango que lo caracteriza me contestó que era apoyo y no un castigo, y que finalmente era trabajo y yo estaba para cumplir lo que él me dijera. De seguro me habré visto muy enfadado porque Don José se me acercó a invitarme una pastilla de menta de las que siempre me invita. No se enoje-me dijo el buen señor.

Al llegar la hora del descanso, a las seis de la tarde, yo no subí al comedor. En cambio, me quedé en los lockers con mi compañero de puesto. Un compañero me invitó a subir, pero le dije que no tenía motivo porque ni siquiera traía lonche. Me tomé el refresco que le había comprado-para variar-al supervisor, y cuando ya me lo había acabado, salí afuera. Me senté enfrente de las máquinas, esperando el momento de regresar al trabajo.

Fue el mismo compañero que había intentado disuardirme alejarme de todos el que me contó lo que sucedió en el comedor. El excremento humano con el que me había peleado había despotricado contra mí durante la media hora del receso. De esa persona ya es muy sabido que le gusta inventar rumores y chismes. Dejo salir todo su veneno para haceme ver mal. Aunque no logro que alguien le hiciera caso.

Lo más seguro es que pensó que al enterarme estaría molesto, pero no fue así. En cambio, me divertí a sus costillas viendola descargar el carro de los desperdicios varias veces. Me entretuve tanto con eso, que ya se me estaba pasando el coraje de estar en las pacas. Soltó algo más de su coraje con otras personas, pero ya estaba más relajado y no le dí importancia.

Mientras Mary estaba vaciando cartón, varios se reunían no muy lejos para carcajearse de ella. Y es que, de no ser por esa alegría malsana de poner a una persona odiosa en su lugar no habría podido pasar otro día tiznado de polvo de cartón y cansado de ambos brazos por estar paleando todo el turno.





lunes, 20 de febrero de 2012

LOS DADOS DE FUEGO..



Los dados de fuego

resolverán al aire

esquinas azarosas

corceles rotos

y plagas de llanto:

travesías oníricas

que llevadas al suelo

calcan la palma oscura

tirada al borde

de lo improbable.


jueves, 9 de febrero de 2012

EL ESCAPISTA

29.11.2011

Ayer lunes regresé a estrar haciendo pacas de cartón. Lo tomé más cínicamente esta vez. Hubo algunos compañeros que me hacían comentarios para  molestarme, pero los dejaba pasar, o se los devolvía en el mismo tono. Cargué con la pala toda la banda de la compactadora una y otra vez, sin presionarme. Ya casi para terminar el turno fue que la enorme y abigarrada montaña de desperdicios desapareció.

Noto que Don José me confia más y más cosas que no les dice a todos. Básicamente son chismes que salen de la oficina que se encuentra arriba y enfrente de las máquinas. Todo lo que refiere al pasado y futuro de la empresa, de forma muy revuelta, me lo comenta él. Y de alguna manera intenta que yo me enseñe a utilizar la compactadora y saber de la forma de amarrar las pacas. Pero mi respuesta es tajante en cada ocasión: no me interesa, yo ya me voy. De alguna manera eso rompe la tensión entre ambos y nos sinceramos. Le platico ciertas cosas mías, y él me dice que también se iría a no ser por la lesión que tiene en un brazo y por su edad. Siento que soy el que más le ha ayudado de todos lo que han colocado en el mismo puesto, aunque la actitud que Don José vea de mí sea otra.

Por momentos percibo que las ventajas de estar en ese sitio son más que las desventajas. A pesar de estar cubierto de polvo de cartón todo el turno, me encontraría completamente solo y a resguardo de los supervisores y el jefe de producción, además de cualquiera de los otros idiotas de la planta. Trabajaría a mi ritmo y el turno se me iría como agua. Tal vez el punto malo es que estaría fijo en el horario matutino que se siente igual que una lobotomía sin anestesia, y estaría a disposición del montacarguista para desocupar cada  trailer que llegue. Sí, es muy posible que tenga su cosas, pero ese puesto hace que mi mente escape fuera de ahí.

Hago mi labor mecánicamente, embruteciendome por fuera, pero siempre estoy pensando en imágenes e historias de las que voy a escribir. Pienso en libros, viajes, fiestas, y en todo lo que deseo profundamente. Hago mi trabajo rutinario ciega y ofuscadamente para que el tiempo pase rápido y me dirija a los lockers a guardar mis cosas, y de ahí a la calle, a respirar aire tranquilamente.


martes, 7 de febrero de 2012

FUEGO INTERIOR

Un hombre puede ver a la gente en llamas de distintos colores. Piensa que está loco. Con el tiempo se da cuenta que según el color del fuego de cada persona es su temperamento. Pone una agencia de solteros que buscan pareja, combinando gente con personalidades similares. Su negocio tiene mucho éxito, pero se encuentra solo. Y es que su capacidad extraordinaria no funciona con él. Cada día  se  pregunta delante del espejo de qué tono serán las llamas que fluyen de su interior. Un día conoce a una chica muy simpática a la salida de un café. Después de un rato de hablar se da cuenta que ella es ciega, pero no importa porque le gusta. Él la invita a subir a su coche para llevarla a su casa, y ella con naturalidad lo invita a pasar. Esa noche, mientras hacen el amor, ese hombre descubre el color del incendio que los abrasa y que habrá de iluminar su futuro.