Ayer me hice de palabras con una tipa del trabajo. Me ordenó de forma grosera que vaciara el carro lleno de cartón. Yo me negué diciendo que Don José, el encargado de las pacas, me había dicho que no lo tenía que hacer. Así fue como empezó el pleito.
La infeliz me llamó huevón, y otras tantas cosas. Sacó a relucir estupideces como que me termino los lonches de los otros cuando me invitan tacos, y otras tantas mierdas. Yo simplemente contesté que le regresaba los mismos insultos, y se enojó más. Enseguida le dije que Don José me había platicado que cuando le invitó una pastilla de menta el otro día, ella casi se las acaba todas. Al final ella vació el carro lentamente hasta que terminó, y se fue gritandome no se cuantas cosas ya no entendí. Yo le menté la madre.
La persona a la que me refiero es una señora que lleva diez años trabajando en la planta. Únicamente sé que se llama María. Es la clásica metiche, y para hacerla peor, tiene diabetes y su humor es volátil. Antes de ese pleito me había dicho bastantes cosas, pero siempre me quedaba callado. En esta ocasión todo empeoró, porque fue el tercer día que cumplí en la compactadora.
No es raro para mí estar en un sitio odioso para trabajar. He soportado guerras peores que las que Rocky Balboa ha soportado en un ring de boxeo. Pero que en el lugar en que laboras te juegen el dedo en la boca de tal forma que te sientas estúpido es como para asesinar a todos ahí.
Primero me mandaron a ayudar a un operador a sacar un pedido en los troqueles. Todo marchaba tranquilamente, hasta que el aborto de simio con el que me enfrenté, esa mierda de persona a la que todos llaman Mary, me avisó. No me quedó más remedio que volver a tomar la pala.
Encaré al supervisor, pero es de esos idiotas al que las quejas le sacan sonrisas imbéciles. Me pregunté si esto era un castigo por haberle hecho algo. Con ese tono chilango que lo caracteriza me contestó que era apoyo y no un castigo, y que finalmente era trabajo y yo estaba para cumplir lo que él me dijera. De seguro me habré visto muy enfadado porque Don José se me acercó a invitarme una pastilla de menta de las que siempre me invita. No se enoje-me dijo el buen señor.
Al llegar la hora del descanso, a las seis de la tarde, yo no subí al comedor. En cambio, me quedé en los lockers con mi compañero de puesto. Un compañero me invitó a subir, pero le dije que no tenía motivo porque ni siquiera traía lonche. Me tomé el refresco que le había comprado-para variar-al supervisor, y cuando ya me lo había acabado, salí afuera. Me senté enfrente de las máquinas, esperando el momento de regresar al trabajo.
Fue el mismo compañero que había intentado disuardirme alejarme de todos el que me contó lo que sucedió en el comedor. El excremento humano con el que me había peleado había despotricado contra mí durante la media hora del receso. De esa persona ya es muy sabido que le gusta inventar rumores y chismes. Dejo salir todo su veneno para haceme ver mal. Aunque no logro que alguien le hiciera caso.
Lo más seguro es que pensó que al enterarme estaría molesto, pero no fue así. En cambio, me divertí a sus costillas viendola descargar el carro de los desperdicios varias veces. Me entretuve tanto con eso, que ya se me estaba pasando el coraje de estar en las pacas. Soltó algo más de su coraje con otras personas, pero ya estaba más relajado y no le dí importancia.
Mientras Mary estaba vaciando cartón, varios se reunían no muy lejos para carcajearse de ella. Y es que, de no ser por esa alegría malsana de poner a una persona odiosa en su lugar no habría podido pasar otro día tiznado de polvo de cartón y cansado de ambos brazos por estar paleando todo el turno.
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